El deporte y en especial el fútbol es un fenómeno que parece formar parte de nuestras vidas, de nuestra cotidianidad. Nos guste o no, nos topamos con él día a día, ya sea en internet, la radio, en la televisión, en los periódicos o en las conversaciones de otros.
El rey de los deportes es uno de los fenómenos psicológicos, antropológicos y sociológicos más fuerte y poderoso que existe.
Su poder mueve millones de masas y genera estados emocionales tan potentes, que el resultado de un equipo es capaz de originar llanto tanto de tristeza como de alegría en cualquier aficionado.
Cuando “nuestro” equipo de fútbol pierde, viene la insatisfacción, la frustración, la rabia, la ira y el desencanto. Ser derrotado, significa enfrentarse al fracaso del otro. Las reacciones y estados emocionales quedan patentes como si la derrota hubiera sido propia. A este fenómeno se le denomina “Efecto BIRG” (Basking In Reflected Glory, es decir, Complacencia en la gloria reflejada), es decir, achacar el éxito o el fracaso como propio; por ejemplo, afirmar “hemos perdido” cuando en realidad ha perdido el equipo, los jugadores.
Normalmente, las vivencias después de la derrota se traducen en tristeza, amargura, agobio y decepción, llevando a la desconfianza. Además, si la derrota se debió a su equivocación aparecen reacciones y emociones de insatisfacción, ofensa, despecho, necesidad de revancha.
Por ello, lo que se debe evitar es que aparezcan efectos o consecuencias negativas ante el fracaso, como pueden ser, conflictos en el equipo, apatía, pesimismo, resignación…
La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce.
Jorge Luis Borges, escritor argentino.